Aquí les va una de las mañanas más “improductiva” y a la misma vez más increíble de mi vida, la cual si soy honesta se parece a la gran mayoría de mis mañanas desde que tuve a mi chiquito.
Mi bebé tenía 5 meses y desde hace unas semanas pasó de dormir muy bien a despertarse cada 1.5 / 2 horas. Estos cambios hicieron que me sintiera bastante intranquila y agotada, lo cual me llevó a cuestionarme muchas de mis decisiones en relación a mi bebé, ¿será que estoy haciendo algo mal?
Mis dudas y cansancio me llevaron a buscar y abrirme a opiniones externas – “lo estás malacostumbrando”, “debes entrenarlo para dormir”, “tiene que dormir siempre en su cuna”, “tiene que aprender a dormirse por sí sólo”, “tiene que separarse de ti.”
Entre los tienes y los debes quedé sintiéndome más sola, angustiada y triste que nunca. Algo me decía que ese no era el camino que yo quería seguir; sin embargo, ¿quién soy yo y qué sé sobre criar a mi hijo, cierto?
Insegura y con miedo decidí hacer ciertos cambios para que mi bebé lograra esa “independencia” tan valorada por nuestra sociedad. Entonces, pensé: dormirá siempre en su cuna y si toca dejarlo llorar así será, de tal manera logrará progresivamente separarse de mí.
Sin duda, no dormir en las noches es una experiencia cruda y difícil, diría que por momentos hasta salvaje, como si una especie de despersonalización se apodera de nosotras. Sin embargo, mucho más difícil es resistirse al no dormir por creer que se está haciendo un daño a quien más amamos. Aquí se le une al cansancio sentimientos de frustración, resentimiento y culpa.
Lo cierto es que yo no quería que mi bebé se separar de mí. Por el contrario, quería tenerlo cerquita, consentirlo, besarlo, mimarlo y no entendía por qué me tenía que sentir mal por esto. Esa incongruencia interna hizo que fallara en mi hazaña desde el primer día.
Esta mañana, después de darle pecho, Felipe Andrés se durmió en mis brazos. Yo, siguiendo el plan, fui a ponerlo rápidamente en su cuna para comenzar con mi to do list y los cambios que me había propuesto. No obstante, algo me detuvo.
Su manita en mi corazón fue como una señal de ALTO postrada delante de mí. Volví a mirarlo, observé una paz envidiable en su rostro y pequeñas carcajadas que se escapaban sin permiso. Me dejé cautivar por el momento y acto seguido lo sentimientos de remordimiento y melancolía se fueron transformando en un sentimiento de amor infinito que brotaba por todo mi ser.
Respiré profundo y pensé: no hay tiempo para tanta prisa.
Me pregunto: ¿de qué se trata toda esta prisa? Prisa en que crezcan rápido, prisa en que se separen de sus madres, prisa en regresar a nuestra vida de antes. Prisa, prisa, prisa y mientras tanto el tiempo se nos va.
Y, por más que el tiempo no se detenga, es fundamental que nosotros sí. Detente. Detente para así poder absorber estos momentos que pasan rápido y que jamás volverán. Porque, aunque los días se hacen largos, los años pasan volando y sin darnos cuenta muy pronto ese pequeño crecerá y ya no habrá vuelta atrás.
Decidí entonces seguir mi consejo y detenerme, quedarme ahí un rato largo cautivada por el momento y gozando de mi vida entera, la cual se encontraba recostada sobre mi pecho. Susurrándole le dije: “chiquito mío, descansa en el amor de tu madre” mientras yo descansaba en el suyo.
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